Monday, July 25, 2005

las cronicas del ridi. la normalidad

Hola nenas

Ayer Carmen me mandó un e-mail preguntándome si todo había vuelto a la normalidad. Veamos...

Querida Carmen, dos puntos.

Mi amigo Chris (a quien recordarás porque te he hablado en el pasado de él [vide supra, Las crónicas del ridi. No sex, no city]), harto como yo de ser puteado por este país sin venir a cuento, se rinde y decide dejar su piso (y de paso, este pais) antes de que termine su contrato, habiendo pagado todo lo pagable (o eso creíamos entonces).

Como somos colegas y sabe que vivo aterrorizado ante la posibilidad de morir infectado si toco algo que haya pasado antes por las manos (o por cualquier parte del cuerpo) de la inglesa con la que comparto esa solución habitacional que llamo casa me dice que no sea idiota. Que me mude a su keli.

Yo, que compro en Media Markt porque no soy tonto (y porque mi hermano sabe mucho mejor que yo las cosas que necesito), decido mudarme. Quiero vivir solo y creo que me lo merezco.
Durante las semanas previas a su marcha voy trasladando mis cosas a su apartamento para lo que parece que va a ser una larga temporada (un mes).
Me instalo.
De cojón.
Tercer día. Miércoles. Me voy a España el jueves para volver el lunes por la tarde (en principio. Vide supra. “Las crónicas del ridi. De la alegría que dan las visitas”).

Cartica en el buzón.

“Y estooo?”.

Como tengo órdenes estrictas de mirarle el correo, se lo miro. Resulta que aparentemente a mi colega se le ha olvidado pagar el Council Tax (nada, una tontería de impuesto, 1.157 libras exactamente poco má o meno. A 240 pelas la libra...) y el lunes le van a embargar el piso...con todo lo que hay dentro. Y qué hay dentro? No os rompais más la cabeza que os va a dar un tabardillo con este calor. Dentro hay mis cosas. Todas.

Hala, a la bici pa´ hacer mudanza.

Llevaba hechos seis viajes en bici entre el apartamento de Chris y la casa del terror de Battersea.

Cruzo Battersea Park. Llaman al móvil mientras voy montado en la bici.
Yo piloto. Sé que puedo hacerlo. Llevo desde octubre del 2004 montado en una bici. Ya parezco Lance Amstrong en baturro (si hasta tengo el mismo modelo de cejas que Indurain...).
Cojo el móvil con una mano y el manillar con la otra mientras sigo pedaleando.

“Dígame?”

El bache era del tamaño de un melón. La galleta fue del tamaño de un camión pero afortunadamente un brezo paró mi golpe. Y qué es un brezo? Te preguntarás, querida Carmen. Un brezo es un arbusto cabrón que según como caigas en él te deja tatuado en la cara interior del muslo izquierdo las barras rojas de la bandera de Aragón. Eso sí, aún hay que darle gracias al brezo porque se frenó justo a tiempo. Unos milímetros más pallá y me hubiera tenido que reproducir por esporas.

Como de costumbre, la bicicleta a tomar por el culo. Ah, por cierto, me volví a cargar el eje trasero de la bici. Ya es casualidad.

El hostión tuvo lugar a las siete y cinco de la tarde. A que no sabeis qué cierra a las siete de la tarde? Ajá, premio. Las tiendas de arreglo de bicicletas.

En buena lógica (la mía) había dejado las cosas de más valor para el final...

Pero este error de Dios llamado Londres no podía dejar las cosas así. Tenía que humillarme más. Después de cinco días de un sol radiante y sin saber muy bien de dónde coño vino la puta nube, decidió diluviar. Y siguió diluviando mientras buscaba desesperado (y milagrosamente encontraba) un sitio o persona que pudiera arreglar el Titanic ese que es mi bici.

Como te cuento, milagrosamente, encontré a un portugués que arregla bicis por casi nada en la calle frente al Támesis (como te imaginarás me cercioré antes de que el tipo tuviera todas las licencias y hubiera pagado todos sus impuestos). Entonces y como para celebrar que nos había caído agua como para convertir los Monegros en un vergel, se puso a llover de verdad. Y ahí aguantamos el portugués y yo como dos jabatos. El que se quejara primero, maricón.

Mientras al portugués y a mí nos iba saliendo musgo por encima, yo miraba a mi bici y pensaba: “Te tengo que cambiar de nombre...ya sé! Te llamaré Frankenstein”.

Bueno, pues nada. Me arreglan a ese instrumento de tortura que es mi bici y me voy para allá a terminar la mudanza mientras mejoro mi aquaplanning. Como os podeis imaginar no me compré las gafas con limpiaparabrisas, así que tuve que tirar de memoria y GPS porque ver, lo que se dice ver, veía bastante poco.

No me arredro, empaqueto las últimas cosas, me vuelvo para el piso de Battersea mientras noto como me van creciendo champiñones en la espalda (yo calculo que para entonces habíamos pasado en Inglaterra de estar en sequía a estado de alerta por inundación).

Llego. Cruzo la puerta de casa...y deja de llover. Con dos cojones. El que tuviera la mano puesta en el grifo se tuvo que partir el culo al ver la cara de gilipollas que se me quedó.

Así que nada, Carmen y en contestación a tu correo, si por normalidad entendemos lo que ha venido siendo el “leit motiv” de las “crónicas del ridi”, creo que sí, que todo vuelvo a ser como antes. Bendita normalidad...

Como diría Supermaño, “en fin, mataremos las penas labrando...”

Hala, a cascarla

Pd 1. Ya no os queda nada de las “crónicas”, pecadores. Cualquier día me vuelvo para hacer de España un país serio...
Pd 2. Mucho ánimo a esos currantes de agosto. Venga, que eso tiene premio fijo...

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