Thursday, February 15, 2007

las crónicas del ridi. king of the roud

Recapitulemos.

Tengo 33 años.

Esto ya es malo de por sí.

A esta edad no sólo dejas de ser definitivamente una eterna promesa para ser una incumplida realidad, no señor. Además las tías empiezan a sospechar que, si a estas alturas sigues soltero, es que algo tienes. Es decir, que las que se te acercan son las que saben que la bipolaridad es una característica que comparten con el planeta Tierra sin necesidad de haber estudiado medicina. Y además, donde antes ponías el carnet joven y el pase VIP de alguna discoteca, ahora guardas el carnet de conducir y la tarjeta de tu seguro (a terceros, que aún así cuesta un cojón).


A más a más, a esta edad ya ha quedado demostrado que no estoy bien integrado en nuestra sociedad ¿Que qué hace falta para ser uno más en la sociedad?

Apunta:

- un trabajo, de los de llevar corbata o no. (Se gana más en los segundos y se va más cómodo. Aviso para navegantes).
- un piso (la hipoteca igual a status. A más hipoteca, más prestigio. No tengais miedo y meteos. Siguen baratos. Luego no digais que no os avisé)
- una rumana que te limpie y te planche (esto es como la hipoteca. Se están dando casos de señoras de la limpieza que están cobrando más la hora que socios de banca de inversión)
- una pareja estable (lo de gustarse o no gustarse, quererse o no quererse, son vicios privados. Ahí que cada cual se las componga)
- un coche, de los de verdad. La evolución natural del Excalextric y los juegos de la Playstation. Un coche, ese juguete que nos da un lugar en el mundo, mejor o peor, de mayor o menor precio, más grande o más pequeño, pero nos da un lugar en la carretera de la vida. En definitiva, un símbolo fálico. ÉL símbolo fálico (a ver...los que no pillasteis lo del fri flout es posible que os atasqueis con esto también: colica es igual a aparato reproductor masculino. Ya,...esto no lo pillais tampoco. Probad con miembro viril. Google es la leche. También recomiendo buscar en YouTube, la obra maestra de la canción “Tiene nombres mil”. Hacedlo, hacedlo).

¿En todos los casos? Nooo. Todavía quedan algunos irreductibles maños que no se han entregado a la orgía consumista que nos invade y que han decidido vivir al margen de las convenciones...hasta que se las puedan pagar, claro.

Como decía, tengo 33 años y hasta hace poco no tenía nada más que un trabajo de los de llevar corbata. Entre otras cosas de la lista, carecía de un coche con el que ir de Madrid a Zaragoza y viceversa. De hecho me saqué el carnet de conducir con veintitres años en Melilla y desde entonces (parece mentira, ha transcurrido toda un vida desde entonces) no había vuelto a tocar un coche, y menos que ninguno, el de mi padre.

Supongo que un efecto colateral de lo anterior es que el coche de mi padre gozara de una salud espléndida. A pesar de que, si fuera una persona, estaría a punto de ir a la Universidad, sus notas en la ITV siguen siendo de diez.

Total, que mi padre se compró un deportivo y yo heredé su buga. Todo un coche de papá y muy señor mío.

Momentos por los que recordaré esta efeméride:

Las clases de perfeccionamiento: sé que está mal llamarlas así, teniendo en cuenta lo poco que quedaba para perfeccionar después de diez años sin tocar un coche, pero es lo que ponía en la factura. Busqué una autoescuela barata. La encontré. El primer día, ya en el vehículo de la autoescuela, me extrañó un olor familiar cuando entró el profesor.

¿Jazmín? ¿Clavel? ¿Lavanda?

No. Como os digo, me era familiar: orujo. Bueno, bien pensado, esto igualaba un poco las fuerzas.

Al tío tardó en pasársele el pedo... más o menos lo que me costó a mí mostrarle mi conocimiento sobre cuántas marchas tiene un coche (dos, acelerón y frenazo). Un par de cedas y el profesor más sobrio que si se hubiese tomado un termo de café negro con sal.

Al día siguiente, cuando vino el profesor de autoescuela me fue muy fácil reconocerle: era el mismo hombre y llevaba exactamente la misma ropa que el día anterior. Me siguió facilitando reconocerle durante TODOS los días que duró la tortura esa. Creo que seis. Es que no recuerdo bien porque desde el tercero aspiraba éter después de las clases y me he vuelto un poco adicto.

El traspaso de papeles: había quedado con mi padre a las nueve de la mañana en Hacienda. A las nueve menos diez me había llamado dos veces (es rigurosamente cierto), preguntándome que dónde coño estaba.

“Qué exagerado! Si no hay prisa” pensé.

Ser un ababol es lo que tiene, que te cunde mucho el día.

Hubo que hacer cola en Hacienda para coger un impreso, cola para entregarlo y cola para pagar. Tiempo total, unos treinta minutos. Sal de ahí, cruza Zaragoza y vete a Tráfico. Casi no se veía el edificio de Tráfico detrás de tanta gente. Cola para recoger impreso (veinte minutos), cola para depositarlo en ventanilla de conductores (diez minutos), coge número para la ventanilla de Vehículos. El 76. Iban por el 19. Cuando ví estos guarismos, me dí cuenta de que no había forma humana de esquivar los grandes temas de la Humanidad en la conversación con mi padre: por qué no me he comprado piso todavía y cuándo empezaré a ganar pasta como una personita mayor, que tengo un máster.

Cuando estoy intentando abrirme las venas con la tapa del móvil, toca el 76. Con los ojos inyectados en sangre me voy pallá. Deposito frente a la ímproba funcionaria:
- liquidación por el traspaso en Hacienda, con el sello
- permiso de circulación del coche
- deeneis de mi padre y mío
- documento de traspaso entre mi padre y yo
- mi certificado de empadronamiento
- el carta blanca del servicio militar (más vale que zozobre que no que zofarde)
- contrato de arrendamiento del piso de madrid (idem de lienzo)

Y entonces va y pregunta la hija de puta...”Y la liquidación del impuesto municipal de vehículos?”

Hostiaputa, no pué ser. Mi padre había comprado un coche hacía una semana y nadie le pidió eso. Padre e hijo nos miramos con pánico y los mismos ojos enrojecidos. Al principio pensamos en razonar con ella, pero sólo con mirarla otra vez nos dimos cuenta de que a esta no se la sacaba de la Ley de Procedimiento Administrativo así como así. Le intenté cambiar la liquidación por seiscientos euros en metálico, hacerle la limpieza en su casa o un perro presa canario. No sabía qué más ofrecerle. Pero si hubiera sido un tío y me dice que se la chupe, me lo pienso...

”Imposible” repetía la cabrona, como un mantra.

Como imaginais todos, la ley de la gravedad es una mierda de ley en comparación con un “imposible” administrativo. Eso sí es inexorable.

No sigo que no acabo nunca esta crónica. Pero el coche ya es mío. Si hubiera aprobado las oposiciones a registros, no estaría tan orgulloso...

El primer contacto. O sea, el primer viaje, Zaragoza-Madrid. De esto sólo puedo decir que tenía razón mi hermano: la sensación de entrar colado en una curva es de las que no se olvidan. Ahí tuve que echar mano del magisterio del hombre que me lo ha enseñado todo sobre el derrapaje controlado: mi amigo Dani.

Cuando esto os pase, proceded como yo: rostro desencajado y lívido, volantazo pal otro lado y mascullad entre dientes las palabras mágicas: “ahiva ahiva ahiva...que me la doy”. Notareis enseguida que mejora la tracción y que recuperais la trazada perdida. Mano de santo, oyes. En la primera gasolinera procedeis a salir, limpiaros la caquita del gayumber y llorar de cuclillas en el suelo del váter mientras os sujetais la cabeza. Al entrar en el coche, besais la medida de la Virgen del Pilar estratégicamente colocada así como el santo que tengais en el salpicadero (yo tengo a San Roque) y reemprendeis la marcha tan campanudos como antes.

El primer movidón. Como yo trabajo donde trabajo porque lo que no tengo es talento, intenté aparcar mi coche en el centro de Madrid un domingo por la tarde. Mala elección. Mala para mí y mala para los cuarenta coches que se acumulaban desde Magallanes hasta Eloy Gonzalo. ¿Qué se hace en estos casos? Dejarte llevar, obedecer a tu cuerpo y sudar. Mucho. Además, se empañan las ventanas, como para hacerlo más sencillo. Conseguí encajar el coche entre una furgoneta y un contenedor (eso que hice no es aparcar y dudo que exista palabra en vocabulario alguno que lo defina), de forma que los del atasco pasaban a veinte milímetros de mí, mirándome a los ojos con incredulidad, como si estuvieran mirando a un fantasma.

Y claro, yo me sentía como el prota de “Lo padres de ella” justo después de haber esparcido a la abuela por el salón. Cuarenta veces. Probad y me contais qué tal la autoestima.


La reacción. No obstante, te rehaces pronto. No es que dejes de cagarla, es que te lo tomas de otra manera. Eso te das cuenta cuando, tomando una salida de la M-30, ves claro que no es la que querías más allá del último momento y procedes a frenar y corregir la trazada (velocidad de marcha estimada: 80-100 km/h). Por supuesto, oyes perfectamente a la gente referirse a tu madre en términos poco pertinentes.

De igual manera, cuando en ciudad procedes a adelantar a alguien que no está de acuerdo, se repite la escenita: pitido, ponerse a tu altura e insultarte.

Sin embargo, siento un cambio repentino, como una iluminación. Dejo de sudar de repente al notar que el espíritu de Gandhi y del Dalai Lama están conmigo, me abrazan y me sonríen cuando procedo a cagarme en todos los muertos frescos del agresor desde una considerable altura moral y le deseo tanto amor como el que yo sentía por su madre cuando me la tiré. Sé que estoy haciendo el bien.

El atasco tiene cosas buenas. Ya no me siento solo. Por fin soy uno más. Estoy en casa...

Esperamos seguir informando. En caso contrario, ha sido un placer.

A cascarla, maños.

2 Comments:

Blogger MAra said...

Me dio mucho gusto saber que sigues vivo... Será sublime el momento de tu compra de pisito!!!
Truco- estudiar por la UNED loquesea, y te dan uno!!!

4:53 AM  
Blogger MAra said...

Me dio mucho gusto saber que sigues vivo... Será sublime el momento de tu compra de pisito!!!
Truco- estudiar por la UNED loquesea, y te dan uno!!!

4:53 AM  

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